Era el día que todos esperábamos ansiosamente con ilusión , cuando lustros ha, éramos tan pequeños que la estrella de Oriente en la copa del árbol de navidad, nos miraba con desprecio. Era el día de los regalos y Verónica, con tan sólo seis navidades, correteaba por el salón rodeada de ingenios mecánicos, a cual más complicado y retorcido y cuyo único propósito era hechizar a los más pequeños. Pero ninguno de ellos, con sus festivales de luces de colores y sonidos exasperantes, logró atraer tanto la atención de Verónica como aquel osito regordete que, apoyado, en el rincón más recóndito de la estancia parecía pedir silenciosamente el amor más incondicional. La niña corrió hacia él, la expresión de inocencia y simpatía de su cara, su boca en forma de media sandía y sus ojazos redondos, que eran como espejos en los que se reflejaba la propia alma, la cautivaron enseguida. Verónica lo tomó en sus brazos y lo abrazó con fuerza, el oso habló: “Hola, soy Pelusón, ¿quieres ser mi amiga?”, la niña asintió y lo abrazó con más fuerza aún. “Hola soy Pelusón,¿quieres jugar conmigo?”, respondió el peluche ante la apasionada muestra de cariño de su nueva amiga. Verónica lo miró fijamente devolviéndole la sonrisa y lo volvió abrazar de nuevo, la respuesta esta vez fue: “Hola, soy Pelusón, ¿quieres que te coma el coño?”. La niña lo miró con expresión de incredulidad, la pobrecilla, tan corta de edad como de estatura, parecía no entender la enigmática propuesta de su nuevo compañero de juegos. Así que lo volvió a apretar de nuevo contra su cuerpecito, sólo para obtener otro “Hola, soy Pelusón, ¿quieres que te coma el coño?”. La niña desconcertada corrió a buscar a su madre, a la que comentó que no entendía lo que su nuevo amiguito, el osito Pelusón, trataba de decirle. Cuando mamá escuchó horrorizada y con el rostro desencajado, lo que el entrañable Pelusón estaba proponiendo a la pequeña Vero, agarró al osito por las orejas, con una mano, y por los patas con la otra y separó literalmente la cabeza del cuerpo,con una violencia tremebunda, dejando caer ambas partes al suelo. Acto seguido comenzó a patearlas, como poseída por algún ente desconocido, en lo que parecía ser una danza ritual frenética. Huelga decir que, a estas alturas, Verónica había roto en un brutal llanto al ser testigo de primera mano de cómo su madre masacraba a su nuevo amigo. El tierno osito Pelusón ya era historia.
Puede que la culpa fuera de algún empleado vengativo al que habían despedido de la cadena de montaje de osos Pelusones o sólo Dios sabe de quién, pero lo cierto es que para Verónica, aquel día, sólo hubo una culpable: la asesina de osos, su madre.
lunes, 4 de diciembre de 2006
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2 comentarios:
Querido simeón-funerino. Este blog es tan inquietante y sorprendente como tu cambio de nombre. Veo que el tiempo no ha mermado un ápice de tu genio y mala leche. Espero tus nuevos textos con tanta ansiedad como miedo. Leer cada nueva entrada tuya es como escuchar un dueto de Claudine Longet cantando con los Iron Maiden.
¡ssssh, no se lo digas a nadie.!...a lo de simeón,me refiero.
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